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¿QUIÉNES FUERON LOS “BUENOS” Y LOS “MALOS” DURANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA?

Destacado ¿QUIÉNES FUERON LOS “BUENOS” Y LOS “MALOS” DURANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA?

Ya va siendo hora, pienso yo, de tratar nuestra Guerra Incivil con la misma perspectiva histórica con que tratamos las guerras carlistas o la invasión napoleónica. Hoy, en 2022, nadie menor de 110 años de edad pudo ostentar el grado de oficial durante nuestra guerra incivil. Nadie menor de 105 años pudo ser suboficial. Nadie menor de 100 años pudo ser soldado raso. Y nadie menor de 60 años puede tener recuerdos personales del dictador Francisco Franco, el vencedor de aquella contienda, que falleció en su cama en 1975.

Antes de que la mal llamada Ley de Memoria nos desmemorie a todos, antes de que la Ley que prepara el Partido Socialista, Unidas Podemos y Bildu me diga lo que debo o no debo pensar sobre la Guerra Incivil, y antes de que me multen por escribir aquello que no sea la verdad oficial, me daré el gusto de publicar unas cuantas reflexiones sobre la Guerra Incivil, aderezadas de hechos objetivos para apoyar mis argumentos. Y que se les seque la yerbabuena a quienes quieran enredar.

Respecto a la Guerra Incivil Española (1936-1939) hay tres conceptos que se funden y confunden intencionadamente desde hace 86 años. A saber: LEGITIMIDAD, RAZÓN Y BONDAD. Aunque –pienso yo– no hay que ser un Pitágoras para, dejando atrás los rencores, responder con ecuanimidad:

a-¿Qué bando tenía la legitimidad (asimilable a legalidad) en aquel conflicto incivil de 1936-1939: los republicanos o los franquistas?

Respuesta: los republicanos, no cabe duda. La República, aunque imperfecta, era legítima. Y quien se subleva contra un régimen legítimo (llámese Mola, Tejero, Franco, Companys, Largo Caballero, Indalecio Prieto o Puigdemont) carece de legitimidad y es un golpista, o un sedicioso. O ambas cosas. De primero de democracia es eso.

b-¿Qué bando tenía “LA” razón?

Respuesta: Ninguno. Nadie tenía “LA” razón al completo, pero ambos bandos tenían “SUS” razones para liarse a tiros. Razones confesables o inconfesables; materiales o idealistas; canallescas o sublimes. Incluso razones de pura supervivencia, en un alto porcentaje de los casos. La verdad sea dicha: llegaron a haber tantas razones en juego como personas implicadas en la contienda.

c-¿Qué bando era, pues, “el bueno”?

Respuesta: “buenos” son los Ángeles del Cielo que están a la diestra del Señor, allá en Su Gloria. Porque yo, confeso admirador de don Arturo Pérez-Reverte, no negaré sus palabras:

<<…No todos los que hoy recuerdan con orgullo a sus abuelos, heroicos luchadores de la España republicana o nacional, saben que muchos de esos abuelos no pasaron la guerra peleando contra sus iguales, matando por sus ideas o por su mala suerte, sino sacando de sus casas de madrugada a infelices, cebando cunetas y tapias de cementerios con maestros, poetas, terratenientes, sacerdotes, militares jubilados, sindicalistas, votantes de derechas o de izquierdas, incluso a simples propietarios de algo bueno para expropiar o robar. Así que menos orgullo y menos lobos, Caperucita>>.

Así pues, sabiendo eso, repito mi pregunta: ¿Qué bando era “el bueno”? Venga, lector, ayúdame a salir de dudas:

Bueno fue Melchor Rodríguez, anarquista de postín, delegado de prisiones en Madrid por la República, quien, jugándose la vida muchas veces, se negó a que los milicianos sacaran de las cárceles a los derechistas para darles matarile. Y malo fue el miliciano comunista que abrió en canal a un sacerdote y colgó sus restos de unos ganchos en la puerta de su casa con el siguiente cartel: <<se vende carne de cerdo>>.

Bueno fue Luis Rosales, poeta falangista que escondió en su casa a Federico García Lorca, aunque no pudo impedir que al final se lo llevaran detenido. Y malos fueron los falangistas sin nombre que, en Granada, le pegaron cuatro tiros a Federico por ser homosexual y de izquierdas. O los falangistas de Castilla la Vieja que, acompañados de un capellán castrense, entraban en los pueblos, rapaban a las mujeres de los rojos, les daban aceite de ricino y, tras un padrenuestro del cura, asesinaban sin piedad (y sin juicio) a sus maridos.

Bueno fue el alcalde republicano de Málaga, don Eugenio Entrambasaguas, el cual, entre julio de 1936 y febrero de 1937, a través del cónsul de Méjico en Málaga, puso a salvo en Gibraltar a numerosos sacerdotes y personas de derechas. Y malo fue el fiscal Arias Navarro, “carnicerito de Málaga”, futuro Presidente del Gobierno en los últimos años de Franco, quien, ante las súplicas del cónsul mejicano para que perdonase la vida del buen alcalde republicano dijo así:

<< ¡Pero cónsul, por favor! ¡Es el alcalde rojo de Málaga! ¡Es “fusilable por necesidad”! >>.

Y el cabrón, lo fusiló.

Bueno fue el cura de mi pueblo, con una demencia senil, retirado desde hacía varios años de labores pastorales, el cual, mientras los milicianos del partido comunista le hacían cavar su propia fosa antes de asesinarlo (y después de haberlo torturado con muchísima crueldad), los bendijo a la luz de la luna y les pidió permiso para rezar un Credo. Se llamaba aquel mártir don Ricardo Muñoz Ortega. Y malos fueron, ¡cómo no!, sus asesinos.

Bueno fue el médico canadiense Norman Bethune, de las Brigadas Internacionales, que anduvo con su ambulancia entre los civiles bombardeados por Queipo de Llano en la carretera Málaga-Almería, curando a duras penas las heridas y transfundiendo sangre como buenamente podía. Y malo fue el criminal Queipo de Llano, general psicópata y borrachín al servicio de Francisco Franco, quien bombardeó desde el mar y desde el aire a decenas de miles de malagueños republicanos que huían por aquella carretera en lo que se ha conocido como “la desbandá”.

Bueno fue el propietario de derechas que, ante la inminente entrada de las tropas franquistas en su pueblo, ocultó tras un muro de su casa a dos líderes jornaleros que, en los inmediatos meses del dominio rojo, le habían expropiado sus tierras. Y malo fue Juan Negrín, Presidente del Gobierno de España en los últimos estertores de la República, el cual, aun a sabiendas de que todo estaba perdido, alargó la guerra innecesariamente doce meses para hacer un favor a Stalin y mantener abierto en España un conflicto con posibilidad de internacionalizarse.

Bueno fue Miguel Hernández, poeta marxista que visitaba trincheras y que murió de tuberculosis en las cárceles de Franco. Y malo fue Rafael Alberti, poeta marxista también, apoltronado en la retaguardia (como un rey) a costa de la “Agrupación de Intelectuales Antifascistas”, visitando checas madrileñas para su esparcimiento moral, viajando a la madre Rusia a cuenta del erario público y señalando con su pluma (“¡A paseo!” se llamaba su columna) a cuantos intelectuales de derechas necesitaban, según él, un inmediato “tratamiento”. Entre ellos, a Unamuno (que se pudo librar de sus iras).

Bueno fue Baudilio Sanmartín, comandante republicano que se negó a abandonar a la población civil de Málaga cuando sus superiores, a la vista de las tropas de Franco, ya habían huido de la ciudad. Y malos fueron los milicianos psicópatas que violaban y torturaban a los presos derechistas en las checas madrileñas o catalanas (“cárceles del pueblo”, las llamaban). Eran anarquistas, socialistas, comunistas y separatistas de Companys que, a falta de valor para luchar en los frentes, dedicaron sus esfuerzos “revolucionarios” a las siguientes torturas: la banderilla, el “empetao”, la ratonera, la silla eléctrica, la argolla, el quebrantahuesos, el depósito, la bañera, el huevo, la verbena y el dentista. Técnicas todas ellas que me niego a describir aquí, por si hay niños que me leen.

Y esto es todo cuanto debo decir de nuestra gran guerra, querido lector. Así de fácil o así de difícil fue. Que no existe, ni existirá, la bondad o la maldad colectivas. Pues la bondad, como la inteligencia o la belleza, no la posee un grupo organizado de personas –llámese Partido, Iglesia, Nación o Sindicato– sino cada uno de sus componentes individuales. Y bondad no es tan sólo la ausencia de maldad, sino un gesto proactivo hacia quien es perseguido, hacia quien sufre, un sufrir también con él, un entregarse. Y la bondad nada tiene que ver con tener o no razón, ni con la legalidad, ni con la legitimidad. Se tiene razón, o no se tiene. Se posee legitimidad, o no se posee. Pero la bondad y la maldad son tonos grises, como grises fueron, también, las infinitas historias personales de nuestra Guerra Incivil.

Y ésta, lector, es mi “Memoria Histórica”.

Firmado:

Juan Manuel Jimenez Muñoz.

Médico y escritor malagueño.

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