UN PARAISO PERDIDO
- Escrito por Alfredo Martin
- Publicado en Actualidad
He leído recientemente que Albert Einstein dijo: “Se ha vuelto terriblemente obvio que nuestra tecnología ha superado nuestra humanidad”. También es suya la frase: “El mundo que hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento que no se puede cambiar sin cambiar nuestra forma de pensar”. Efectivamente, los logros de la tecnología actual y, sobre todo, para la guerra, han superado cotas tan elevadas, que la eliminación definitiva de la especie humana está en las manos de algún demente que apriete el botón que haga estallar el planeta, dado el terrible arsenal bélico de que se dispone. Sin embargo, es tan difícil justificar la necesidad de la guerra como la que llamamos racionalidad de la especie humana, hoy a punto de saltar hacia el Sapiens, Sapiens, Sapiens. Qué decepción, ahora que conocemos científicamente que los Neandertales no fueron eliminados por los primeros Sapiens, sino que desaparecieron como especie por otras causas.
La guerra ha sido siempre la sinrazón y, por lo tanto, no hay razón que la justifique. La razón impele siempre y en todo caso a evitarla, porque detrás y delante de ella no hay más que avaricia, barbarie y degradación moral, lo que lleva al ser humano a hundirse en su proceso de hominización. Los historiadores, geógrafos y filósofos de la Antigüedad ya la atribuían a la avaricia, al aumento del poder y la dominación humana para la adquisición de mano de obra esclava y para satisfacer los instintos más crueles sobre las mujeres de los pueblos vencidos. Del imperio persa leemos sus conquistas y su desaparición como un fenómeno normal para su época. Qué decir de las conquistas del macedonio Alejandro Magno; de su relación y de su correspondencia con Aristóteles; de su muerte temprana y de la crueldad de sus generales en el reparto de sus conquistas. Qué decir de hombres como catón el Viejo, tan rígido en su vida personal respecto a los valores de Roma, que por una parte obligó a su propia esposa a dar de mamar a los hijos de sus esclavos y por otra repetía incansablemente ante el Senado aquello de “Carthago delenda est”.
La guerra parece ser consustancial a la especie humana y se ha llegado a definir como la forma de entenderes cuando falla la razón. Es interesante que incluso Aristóteles justifique la existencia de la esclavitud en una época en que escuelas y pensadores extendían doctrinas espléndidas sobre la moral como fruto maduro de la reflexión y de las necesidades de la vida personal y comunitaria. Os confieso que la mejor denuncia de la crueldad la he leído en unas pocas frases de la obra de San Agustín, ya hacia el 400 d. C.
Si; la actividad de producción y venta de armas es altamente rentable a escala mundial pues, incluso aquellos que gobernando se consideran pacifistas y son preguntados por qué vendemos armas precisamente al pueblo enemigo de aquel al que defendemos, contestan evadiéndose que son pocas y que sirven para unas funciones auxiliares, o algo así. Al inicio de nuestra democracia, la pretendida izquierda convencía con el slogan “OTAN no, bases fuera”, pero el resultado fue que desde entonces pertenecemos a la OTAN y que los bombarderos norteamericanos repostaban en las bases españolas durante la Guerra del Golfo. Esta dinámica es imparable; alguien se encarga continuamente de agitar los mercados para dar salida a las armas producidas y mantenidas en stocks, o las sobrantes de una guerra que ya no interesa continuar, mientras nuevos procesos de I-D consiguen nuevos productos exitosos que ofrecer a los clientes; es decir, mucho más mortíferos. Esto hace que dicha producción armamentística cotice en Bolsa desde hace mucho tiempo para enriquecer a determinados inversores, muchos de ellos con información privilegiada, más que probablemente.
Todavía resuenan en mi mente unas frases que oí de joven dentro de un contexto más amplio y que tiendo a repetir sin el menor recato intentando no perder su sentido: “el estado actual de las cosas que se ciernen sobre la humanidad no es achacable solo y básicamente al juego de las veleidades políticas, sino a las debilidades de la naturaleza humana”. Y así, resulta que, mientras los países “ricos e industrializados” nos entretenemos en la insistente perfección y en la capacidad destructiva de las armas, las dos terceras partes de la humanidad mueren de hambre, miseria e indignidad, sin que el desarrollo del cerebro humano llegue a un estado que le permita plantearse una solución definitiva contra tan brutal genocidio, aunque contamos con instituciones supranacionales que intentan razonar antes de llegar a las manos.
Los que ya hemos cumplido algunos años hemos oído hablar a nuestros padres de las calamidades de nuestra propia guerra civil, donde las armas nacionales no eran suficientes y se complementaban con las importadas por ambos bandos para matarse entre hermanos. Aún recuerdo de niño que a mi padre le afloraban en la frente unas bolsitas con restos de metralla que le extraíamos con mucho cuidado y que eran resultado de la sinrazón que le llevó a tomar parte en aquella salvajada sin saber lo que defendía. Hoy parecemos olvidarnos de nuestro pasado, como si fuera tarea de los historiadores, pero sigamos recordando a Einstein: “La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”. Recuerdo las palabras del ilustre maestro y político Julio Anguita tras la muerte de su hijo periodista en una guerra: “Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”.
Es reveladora la carta que escribió Albert Einstein a Sigmund Freud en julio de 1934 preguntándole, en su condición de psiquiatra, si el hombre podría librarse de la guerra:
“Querido profesor Freud: ¿Existe algún medio que permita al hombre librarse de la amenaza de la guerra? En general se reconoce hoy que, con los adelantos de la ciencia, el problema se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para la humanidad civilizada; y, sin embargo, los ardientes esfuerzos desplegados con miras a resolverlo han fracasado hasta ahora de manera lamentable...
A la que Sigmund Freud contestó: Comienza usted planteando la cuestión del derecho y la fuerza. Es ése, sin duda alguna, el punto de partida de nuestra investigación. ¿Me permite usted que reemplace el término "fuerza" por el más incisivo y duro de "violencia"? Derecho y violencia son actualmente para nosotros una antinomia. Resulta muy fácil demostrar que el primero deriva de la segunda…
Las dos cartas se pueden leer íntegramente en Internet y son la demostración palpable de que dos de los cerebros más privilegiados que ha dado la humanidad se declaran incapaces de comprender cómo el ser humano se manifiesta capaz de realizar de forma voluntaria unas experiencias tan execrables como la guerra. Esperemos, como nos viene a decir Freud en otra obra, que el cerebro humano supere los estadios de desarrollo que le permitan conseguir fines más honrosos y que le caractericen más como un ser “humano”.
Alfredo Martín Antona