Bueno, el domingo tres, de este feliz octubre, mi hija Paloma, que tiene una hija única autista ya con trece años, subió a verla a la habitación, sobre las ocho, después de desayunar.
Y se la encontró en el suelo, aparentemente dormida.
Se agachó para despertarla, la movió sin que respondiera, y al incorporarla no respondía a lo natural, sino como muerta.
Y el pánico, y el no saber, y no poder creer, y no aceptar.
Donde tenía la cara en el suelo había un charco de mocos y babas, y no respiraba.
Ni tenía latido.
Y al abrirla el ojo estaba apagado.
“Estaba muerta papá..” me contaba luego en un guasap.
La realidad se desgarra en una situación así.
Le gritó a su marido que llamaran a una ambulancia al 112.
Y se puso a hacerla todas las maniobras de recuperación que la vinieron a la cabeza.
Rezando mientras las hacía, y llamándola, con el alma, para que volviera de donde hubiera ido.
El boca a boca tragándose ansiosa todos los mocos que la taponaban las vías respiratorias.
Asustada de que pudiera no hacerlo bien.
¡Tantas cosas a la vez!. En todos los planos.
Hasta QUE EMPEZÓ A RESPIRAR Y CONVULSIONAR.
Y coger el color rosa, desde el azul de la muerte.
Y llegó la ambulancia. Minutos interminables.
Y la llevaron a la Paz, donde se normalizó, y la hicieron, durante varios días, todas las pruebas para comprobar que no había daños.
Y está bien, sin daños nuevos.
Y con ese sabor del milagro, alrededor nuestro.
Así que, pasamos Pilar y yo, todo el día en la Paz, entre la cafetería y la entrada, porque no dejaban subir.
Llovía ese día. Para estar cerca de ellas.
Y esa noche, cuando me dieron retortijones de tripas, me pareció normal, del susto, del frío, y de la comida rara del menú de la cafetería.
El lunes, se fueron centrando los dolores en el lado derecho, y el martes por la tarde ya me dolía muy fuerte y casi continuamente.
Total, que el miércoles, temprano, me fui a urgencias del Hospital de Villalba, que no cobran por aparcar, y después de todo el día haciéndome pruebas, me operaron por la tarde.
Apendicitis, con peritonitis reventadas, que ya había traspasado la infección a la grasa de la pared abdominal, que me dijo la cirujana que era la suerte que había tenido.
Y que había tenido que cortar mucho más “del plastón” de lo que habían previsto.
Con lo que parece que la alternativa a esa “suerte” habría sido la muerte.
Cuando me tumbé en la camilla de operaciones, pensé, “amigo Dios, esto es cosa tuya”.
Porque no había nada en mi mano que pudiera hacer.
La vida, siempre se sostiene sola.
Siempre es cosa suya.
Y habitualmente ni nos damos cuenta. Como si fuéramos nosotros los que la sostenemos.
¡Qué presunción tan curiosa!
¡Qué actitud tan contraria a la realidad, al conocimiento científico de la realidad!
Cuando me desperté en la habitación me dolía todo, mucho, hasta respirar, que no llegué a saber qué podían tener que ver los pulmones con el apéndice.
Y darme una vuelta en la cama era un proceso dolorosísimo de más de diez minutos.
Así que hoy, diecinueve días después, ando todavía muy débil, comparado con el estar normal. Pero hecho un chaval comparado en aquellos primeros días.
Renaciendo.
Cosas de nuestra edad. Hoy cumplo los setenta.
Desde donde cada vez, veo más la vida como un conjunto.
Como un ser vivo completo.
Que felizmente está culminando.
Aunque aún nos dure algunos largos y fugaces días/meses/años más.
En el Tao, mi cirujana, y todo el Hospital, y yo, y el Universo y mi hija y su hija, somos el Tao.
En el Tao, Dios es el Tao.
Y en las místicas cristiana y musulmana la unicidad es también todo. Fluyendo en el amor. Flotando en el amor.
¿Qué más da cómo le llamemos nosotros a Dios?
¿Cómo hemos llegado a estas aberraciones de separarnos por países o por ideologías, o por creernos dueños de nada, y enemigos de alguien?
¿Cómo he podido creer alguna vez que he sido dueño de alguna verdad?
Recuerdo ahora un poema de mi adolescencia, en el que decía que la verdad era un ser vivo como un jilguero, que si la metía en el bolsillo, cuando volviera a buscarla estaría muerta.
En la guerra del Opio, de Inglaterra contra China, le escribía el primer ministro Chino a la reina Inglesa.
¿Cómo pueden estar haciendo estos crímenes tan horribles?
Y ese desgarro, sigue repitiéndose en el eco de la conciencia de la humanidad, en cada injusticia, en cada mentira social y económica.
Hasta cada uno de nosotros.
¿Cómo podemos seguir destruyendo el planeta, enriqueciéndonos con esa destrucción?
¿Cómo podemos estar empleando más dinero/energía en armamento destructor, que en corregir la locura de esta separación por países y supuestos propietarios de algo de la vida!
¡Abrazos!
Para todos los seres humanos, porque Dios nos ama a todos.
Un solo pueblo.
Un solo mar de amor para todo el planeta..