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LAS RUINAS DE PALMIRA

Destacado LAS RUINAS DE PALMIRA

Preguntadas una por una, creo que todas las personas manifestarían su repulsa a la guerra y, sin embargo, es algo que se perpetúa con toda normalidad, aunque su cercanía nos conmueve. Parece que la paz consista en una continua preparación para la guerra; para algo de lo que nos sentimos amenazados constantemente. Algunos nos preguntamos si la humanidad debe vivir condenada a que la producción y el tráfico de armamento constituya un sector de vital importancia para la economía y para el desarrollo tecnológico, y también nos preguntamos qué se hace con esas armas para que den paso a la renovación de stocks. Los autores antiguos y los modernos coinciden en definir la guerra. Como ejemplo, he leído que el historiador Heródoto de Halicarnaso (484-425 a. C.) decía: “Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba y en la guerra son los padres quienes llevan a la tumba a sus hijos”.  

 

Hace mucho tiempo leí “Las Ruinas de Palmira”, donde el conde Volney, comprometido con la razón durante el Siglo de las Luces, reflexiona sobre el auge y la caída de las civilizaciones debida a la superstición…; en definitiva, al daño que hace al hombre la falta de aplicación de los criterios de la razón. Las ruinas de la poderosa ciudad caravanera en el desierto de Siria son un ejemplo de que los dioses que la encumbraron un día, otro la abandonaron, y hoy solo quedan algunos pilares de sus columnas, si no han sido devastados por la guerra actual. Su éxito hizo que el Vaticano la incluyera en el Índice de libros prohibidos a mediados del s. XIX, cuando era una reflexión sobre el uso la racionalidad mientras el conde contemplaba las ruinas de lo que formó un día un gran imperio.

              Las explicaciones habituales sobre la guerra no nos convencen y día a día nos seguimos preguntando el porqué de tanta y tan terrible violencia. Quizás queremos entender los hechos de los hombres sin detenernos en las limitaciones de su razón, su comportamiento de animal racional, su estado de hominización en cada momento histórico.

A Thomas Hobbs le inquietaba el estado de perpetua violencia y creyó como necesidad imperiosa establecer un acuerdo, un Contrato Social por el cual “Leviatán” nos aseguraría una convivencia, dado que, en su estado natural, “el hombre es un lobo para el hombre”, lo que le lleva a continuos enfrentamientos. Como ese Leviatán, el Estado, es un terrible monstruo que nos protegerá a todos si respetamos las normas emanadas del poder que le hemos conferido mediante dicho pacto o Contrato Social, nos merece la pena renunciar a nuestros deseos en pro del bien común. Pero, resulta que ahora son los diferentes Leviatanes los que se enfrentan, los perpetúan la guerra, y en ella siguen siendo víctimas los mismos de siempre, sometidos al mismo horror y la misma barbarie de siempre.

Unos cien años después, J. J. Rousseau proponía otro Contrato Social basado ahora en la soberanía popular, pues la sociedad civil que el hombre ha establecido le hace perder su bien más preciado: la libertad con la que vivía en aquel previo “estado de naturaleza”. Afirmaba que el origen de la sociedad civil y la desigualdad social es la consecuencia de la propiedad privada. Según él, el hombre es naturalmente bueno, pero la sociedad es un monstruo que le pervierte:

“El primer hombre que, habiendo cercado un pedazo de tierra, pensó en decir esto es mío y encontró gente lo bastante simple como para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Para poder deshacer el mal hemos de dejar la civilización, porque el hombre es naturalmente bueno”.

Algunos años después, Goya dibujaba entre otras obras: “el sueño de la razón produce monstruos”, constatando la confianza de que la “razón”, en la que tanto empeño pusieron los autores del Siglo de las Luces, acabaría con el ingente cúmulo de ignorancia y de superstición. Sin embargo, la razón, la maravillosa capacidad humana de emitir juicios, trajo la ciencia y, con ella, descubrimientos formidables como la radiactividad que, por cierto, la razón utiliza para producir energía eléctrica… y para fabricar bombas atómicas. La misma razón por la que tanto lucharon los ilustrados trajo una nueva idea y un nuevo ejercicio de la libertad, pero Manon Roland, que pertenecía los revolucionaros girondinos, al contemplar la guillotina tan cercana a su cuello no se pudo contener y dijo su tristemente famosa frase: ¡Libertad, libertad!, ¡cuántos crímenes se comenten en tu nombre!

Nuestro cerebro, nuestra alma, y el ejercicio de la libertad, con o sin responsabilidad, nos permiten hacer lo mejor y lo peor, y cuando sale ese monstruo que llevamos dentro y deja día tras día un retrato de lo que somos bajo la más terrible expresión de crueldad y barbarie, nos extrañamos de sus andanzas. Si; somos capaces de lo mejor y de lo peor, y lo demuestra la propia vida y los hechos de tantos y tantos hombres eminentes a los que la razón llevó a luchar por la paz y a demostrar sus vilezas.

Por ejemplo, Séneca, el gran filósofo romano, fue desterrado en Córcega por Claudio. Luego sirvió a Nerón y se enriqueció tanto que el emperador le invitó a tomar la cicuta. Como buen estoico, despreciaba la riqueza, pero reunió 300.000.000 de sestercios, prestando incluso dinero a Britania con intereses tan altos que los hizo rebelarle. No obstante, al morir redactó un testamento donde decía a su familia: “No importa; os dejo algo que tiene mucho más valor que las riquezas terrestres: el ejemplo de una vida virtuosa”. Este noble romano de procedencia hispalense, que se carteaba con San Pablo, escribió en el inicio de su obra “De la brevedad de la vida” frases tan significativas como esta: “Por todos los lados rodean y acosan a los hombres sus vicios, sin permitirle enderezarse, ni siquiera alzar los ojos hacia la verdad, antes los tienen hundidos en el ciénego de la codicia, sin dejarles nunca volver en sí mismos…”

 

Qué decir del amigo Jean Jacques Rousseau, quien nos dejó el maravilloso logro de la “egalité, legalité y fraternité emanadas del triunfo de la razón; quien luchó por los cambios en occidente en favor de la libertad y de los derechos individuales; quien escribió “Emilio, o de la Educación”, una obra maravillosa sobre la educación de los niños y que, sin embargo, no dudó en abandonar a sus cinco hijos y los llevó a todos a una inclusa alegando que allí iban a estar mejor cuidados que con la familia de su mujer. ¿Cómo es posible que, siendo un genio de las letras, que escribió esta maravillosa obra sobre la educación infantil, abandonara de esa forma a sus cinco hijos según nacían?

 

Si; la guerra no es sólo fruto del interés de unos cuantos; parece que depende en gran parte del estado de desarrollo humano; de las limitaciones de la razón.

                                                                                                   Alfredo Martín

Modificado por última vez enSábado, 18 Noviembre 2023 10:25
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