ACERCA DE LA NECEDAD
- Escrito por Alfredo Martin
- Publicado en Actualidad
Este verano, cuando ardían nuestros montes, vimos por televisión a los empleados de una brigada que luchaba contra los incendios dar de beber agua de una botella a un ciervo ya exhausto en uno de los incendios de los montes de Castilla y León, mientras aparecían también montones de cuerpos de ovejas calcinadas. Es un espectáculo que se repite cada año sin que sepamos poner remedio.
Según acomode, la responsabilidad es del cambio climático, de las sequías y de las olas de calor que este produce, desconocidas hasta ahora; de la acción del hombre, que tala, ensucia y degrada los montes en su pretendido provecho económico y para su diversión; de la actuación de las autoridades, que se olvidan de poner medidas necesarias para su conservación después de las elecciones, cuando pasan de ofrecer las mejores soluciones para los problemas a decir que “estos no vienen con manual de instrucciones”, como respondía una de las autoridades del ayuntamiento de Madrid ante la llegada de la reciente y cruel pandemia; de la enfermedad mental, del fanatismo, de la ignorancia… Pero existe una razón por encima de las demás que explica la existencia continuada de estos siniestros y de otros semejantes, y es que todos nos consideramos tan bien dotados de juicio y de buen criterio para dirigir nuestras acciones, que nos impide comprender que estamos produciendo una degradación continuada y sistemática del planeta que compromete nuestro futuro en él.
Esta degradación la empezaron los primeros Sapiens y su agricultura de roza al quemar grandes superficies de terreno para el cultivo una vez agotada la fertilidad de los campos anteriores. Con el paso del tiempo aprendieron que la agricultura necesitaba de la ganadería, creando las explotaciones mixtas agrícola-ganaderas, que producían un equilibrio ecológico estable con el aprovechamiento de los pastizales como alimento del ganado y el abonado de los terrenos con sus excrementos.
Ovejas y cabras han sido tan importantes para la humanidad que incluso la mitología hebrea nos confirma la hipótesis de que la agricultura y la ganadería se desarrollaron de forma complementaria a lo largo del tiempo. En el drama de Caín y Abel consta el enfrentamiento de dos hermanos, agricultor y ganadero respectivamente; en el sacrificio del hijo de Abrahán, en el que al final éste es sustituido por un cordero como víctima propiciatoria; en expresiones de la liturgia como “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo”, etc. Observamos la gran importancia que dicha mitología da al ganado lanar y que se empeña en considerar a corderos y cabritos las víctimas inocentes que pagan con su vida las consecuencias de las malas acciones de los hombres además de servirles como alimento básico.
En España, país montañoso por excelencia, la trashumancia hizo que se aprovecharan durante varios siglos los pastos locales de la primavera y el verano, y los extensos pastizales de las extrema-duras en el otoño y el invierno de una forma racional y ecológica, a la vez que se evitaba a posibilidad de que el fuego arrasara extensiones tan enormes.
Yo nací en Soria, una tierra de churras y merinas, de cabras respingonas y de espigas menguadas y abrasadas por el sol, que expulsa en el otoño a ganados y a hombres por falta de hierbas y grano a pesar de las procesiones y las rogativas para que llueva. Soria ha estado tan llena de ovejas que ellas borraron la huella de sus primeras colonizaciones humanas al ocupar sus hogares y sepulcros para guarecerse a lo largo del tiempo. Cuando nací, mis padres vivían de la explotación de algunas tierras de labranza y de cuidar un pequeño rebaño de ovejas; en definitiva, de una hacienda agropecuaria de subsistencia, tan característica de las tierras de Castilla hasta muy avanzado el siglo veinte.
Pero, hoy el Sapiens Sapiens no siente respeto por los montes, ni por la naturaleza en general a pesar de que en momentos recientes se han recuperado varios sistemas ecológicos con técnicas de ingeniería y en zonas previamente devastadas por la mano del hombre. Según nos informan estos días, el 90 % de los fuegos que actualmente arrasan miles de hectáreas de montes los produce la mano del hombre voluntaria o involuntariamente.
Nuestros montes se utilizan cada vez más para actividades de recreo de una manera irresponsable como abrir sendas para pasear en bicicletas, en motos, y para disfrutar la gran potencia de los vehículos todo-terreno, mientras los llenamos de basura como sucede incluso en las ascensiones a los picos más altos y famosos del mundo. Mientras tanto, la actividad del pastoreo se ha reducido notablemente y los pastores que todavía quedan, viven sometidos al abandono político, a la irresponsabilidad y la ignorancia de las gentes del común, y a la acción de los lobos para los que se busca desesperadamente un lugar en la naturaleza que perdieron de forma irremediable.
Y en medio de esta hecatombe, cuando arden miles y miles de hectáreas de monte y el fuego devasta la riqueza forestal, los animales, y se acerca y amenaza a las gentes y sus casas; cuando se manifiesta de forma inexorable y palmaria la estulticia humana, vemos un gesto de solidaridad, de conmiseración humana, dando de beber de una botella a un ciervo exhausto, desorientado, desfallecido y a punto de perder la vida en medio de las llamas.
No puedo menos que preguntarme si seremos capaces de generalizar esta solidaridad, de devolver el respeto a la naturaleza, o dejaremos que la avaricia, el fanatismo y la ignorancia acaben con la supervivencia en el planeta azul, mientras estamos tan ocupados en debatir de cosas tan importantes apoyados en la barra del bar.
Alfredo Martín Antona